Relato escrito por Violeta Gutiérrez González

—¡Hola, Nadia! —exclamó su hermano, unos pocos años menor que ella, cuando llegó a su casa.

—¡Hola! —intentó sonreír Nadia mientras le abrazaba.

—Nadia —la llamaron sus padres desde el salón.

—Uy… Ahora vendrá lo peor… Y no podremos hacer nada… —susurró Decepción en el oído de Nadia.

—¿Ya te han dado la nota del examen? —preguntó su madre.

Nadia se dirigió al salón, y su hermano la siguió. Cuando llegó frente a sus padres asintió lentamente. Sentía como, dentro de ella, su corazón iba más rápido, del miedo y la preocupación.

—Danos la agenda —pidió su padre.

—Sí —asintió su hija, y se dirigió a su mochila que estaba en la entrada, con sus manos temblando.

Se agachó, abrió su mochila y sacó lentamente su agenda. La abrió por la página en la apuntaba sus notas.

6.2

Ahí estaba. Esa maldita nota.

Sabía que no servía de nada cambiarla, sus padres eventualmente se enterarían, y peor sería.

Se levantó, con la agenda en la mano, y se fue lentamente al salón. Llegó, y le tendió la agenda a su padre.

—A ver… —masculló este, y se calló cuando vio la nota. En sus ojos Nadia pudo ver un brillo de furia. Su padre miró a la madre y le pasó la agenda—. Mira lo que ha sacado nuestra hija.

—Nadia… —empezó su madre, bastante enfadada—. ¿Qué te hemos dicho de las notas muchas veces?

—No menos de un ocho… —murmuró Nadia bajando la cabeza.

—Exacto —afirmó su madre—. Excepto en Educación Física, donde ahí es no menos de un cinco. —En la agenda, señaló la asignatura del examen en el que su hija había sacado un seis con dos—. Esto no es Educación Física, y no es ni un ocho ni más.

—Lo sé… —susurró Nadia—, y lo siento. Os juro que…

—Que nada —gruñó su padre—. Luego volverás a suspender, da igual lo que jures.

—Pero si no es un suspenso —protestó Nadia.

—Para ti sí lo es. —Su padre se levantó del sofá—. Y para nosotros también. Así que ahora…

—¡No! ¡NO! ¡¡NO!! ¡¡¡NO!!! —empezó a gritar Nadia, mientras lágrimas empezaban a caer por sus ojos, que los cerró agachándose y haciéndose una bolita, cubriéndose la cabeza.

—————

—Quizás nuestros padres aún no han llegado —sugirió Esperanza.

—Ójala —murmuré, mientras abría la puerta del patio de mi casa—. Pero tanto tú como yo sabemos que eso es mentira. Mis padres ya están en casa. —Señalé la puerta, que acababa de abrir sin necesidad de llaves—. ¿Ves? Si la puerta está abierta, es que al menos uno de los dos está en casa.

—Puede que se la dejaran abierta sin querer… —susurró Esperanza, después de que yo hubiera cerrado la puerta del patio y hubiera empezado a andar hacia la puerta de entrada.

—No creo…

—¡Pero te gustaría!

—Sí… Pero no puedo elegir que ocurra lo que yo quiero o no quiero.

—Quizás de repente descubres que…

—Cállate.

Llegué frente a la puerta principal, y llamé con un par de golpes secos. Mi padre me abrió.

—¿Ves? —le susurré a Esperanza.

—Hola, ¿qué tal? —me saludó mi padre, mientras yo entraba en la casa.

—Bien, no sé, supongo —respondí, con la respuesta que normal e involuntariamente solía usar, y me dirigí a mi habitación.

Dejé la mochila en el suelo de mi habitación, cogí mi móvil y me tumbé en mi cama, para esperar a que mi padre me llamara para ir a comer.

Abrí WhatsApp, para comprobar si tenía algún mensaje nuevo. No había nada. Como me aburría, decidí escribir a Nadia.

“Holaaa”, le escribí.

“Holaa”, me respondió casi al instante.

“Qué tal?? Antes te vi un poco triste”

“Yo? No. Segura q me viste triste?”

“No soy la única que lo piensa, a Cristina también le has parecido algo triste en el primer recreo. Tiene que ver con el examen que hicimos, del que nos han dado la nota hoy?”

“En serio, estoy bien”

“Vale, vale… Pero qué tal el examen??”

“Tú? Vale con que me digas si más o menos de un siete”

“Más de un siete. Ahora dime tú”

Durante un rato en el móvil me puso que Nadia me estaba escribiendo, pero luego dejó de escribir.

Miré expectante la pantalla, esperando una respuesta.

—————

“Más de un siete. Ahora dime tú”

Nadia volvió a leer el mensaje que su amiga le acababa de mandar.

—Ella siempre será mejor que tú, ¿no? —murmuró Decepción, a su lado—. Notas más altas, más inteligente, más guapa, más amable, más querida…

—No… Yo también la supero a veces… —rebatió Nadia, sin mucha energía.

—¿De verdad? —preguntó Decepción, con ironía—. No mientas. No te dice nunca las notas que saca, pero mira, aquí ha sido más alta que tú, y ella SIEMPRE acierta todo, lo que lleva a que sí, sí es mejor que tú.

Nadia volvió a mirar a su móvil.

—Puede que… —empezó, pero se calló.

—Y seguro que si le dices que has sacado un seis con cinco, ella misma dirá que es mejor que tú, cosa que es verdad, pero se estará burlando —comentó Decepción.

“Yo he sacado un ocho”, Nadia respondió finalmente.

Se sintió un poco culpable de haberle mentido, pero no era capaz de decirle la verdad.

“Qué bien!! :)”, la respondió su amiga.

“Yo pensaba q iba a sacar peor nota”

“Yo pensaba lo mismo, pero, eh, un ocho es muy buena nota. Ha sido un examen complicado, yo creo”

“Sí, opino igual que tú”

Continuaron hablando un buen rato, hasta que su amiga le avisó que se tenía que ir a comer.

Nadia se tiró boca arriba en la cama, con los brazos extendidos. Suspiró. Admiraba mucho a su amiga.

Guapa, lista, amable… Una chica increíble. Nadia siempre quería ser como ella, pero sabía que nunca sería capaz de serlo. Era verdad que a Nadia le molestaba mucho cuando su amiga era demasiado tímida, callada o indecisa, pero aun así la admiraba. Quería ser como ella, en un montón de aspectos. Nadia no le había confesado nada de eso a su amiga, y tampoco pensaba hacerlo. ¿Cómo decir eso en una conversación?

Se giró y volvió a coger su móvil, que había dejado tirado a su lado. Releyó la mayoría de mensajes. Quizás era la forma de escribir, las palabras utilizadas, la ortografía, las comas puestas o los puntos sin poner que hacían que Nadia reconociera los mensajes de su amiga, se le escapara una sonrisa y suspirara. Y, a veces, sin darse cuenta, intentaba imitar su característica forma de escribir. Porque la admiraba y quería ser como ella.

—¿Pero cómo vas a poder ser como ella si eres alguien mil veces peor que ella? —siseó Decepción, con sus afiladas e hirientes (pero correctas, según Nadia) palabras.

—Quizás… —sugirió, pero dejó las palabras en el aire, sin terminar.

—————

Miré la pantalla del ordenador frente a mí. No sabía cómo continuar la historia que estaba escribiendo. Miré la hora. Las 17:34. Aún tenía mucha tarde por delante, y no tenía mucho más que hacer que quedarme sentada en el ordenador hasta que diera la hora de cenar.

Suspiré, apoyando mi cabeza en la mano. Muchas veces, si pasaba más de un día desde la última vez que escribía, me costaba volver a retomarlo. Esta era una de las veces. Cada día estaba un poco más despistada en general con todo, pero tampoco tenía la fuerza de voluntad suficiente para centrarme mejor. Además, cierta persona que yo conocía no me ayudaba mucho.

—En cuanto termines un libro y lo publiques, superarás el récord de ventas del país, o incluso del mundo —anunció Esperanza, con un tono muy emocionado.

—No —respondí.

Qué pesada era Esperanza. Ya hacía tiempo que le había cogido manía y no ponía mucho de su parte para que esa manía se redujera.

—-Que sí, que lo sé yo —insistió ella—. Seguro que también, en unos años, ganarás el Premio Nobel de Escritura, o algo así.

¿Por qué siempre tenía que tener las mismas discusiones con Esperanza? ¿Por qué nunca me escuchaba? Tal vez yo no la escuchara a ella, pero era lógico eso. Nada de lo que decía tenía potencial para volverse realidad, por mucho que me gustara. Puede que pareciera que yo no quería que ocurrieran las cosas que decía Esperanza, pero yo sí quería. Lo que pasaba es que quería ser lo más realista posible, no ilusionarme por cosas que eran imposibles.

—————

Nadia abrió los ojos. Estaba tumbada en su cama, envuelta por una manta bastante gorda. Esa noche había pasado frío.

Su hermano Alex entró corriendo en su habitación y se subió en la cama de su hermana.

—¡Hola! —exclamó.

—Buenos días, Alex —sonrió Nadia, saliendo de su cama.

—¿Vamos a desayunar? —preguntó su hermano.

—Sí, ve yendo y yo iré enseguida —respondió Nadia, abriendo la puerta de su armario.

—Vale —exclamó Alex, y salió de la habitación corriendo.

Nadia se vistió rápidamente, y se sentó en su cama, mirando fijamente al suelo.

“No… No quiero ir. Estarán mis padres ahí… Y no… no quiero,” pensó, alterándose internamente.

—En cuanto vayas, tus padres te van a volver a regañar, incluso peor que ayer —susurró Decepción.

—Peor que ayer no pueden regañarme —murmuró Nadia.

—Uy… pues yo creo que sí… Pero, de todos modos, ¿por qué no bajas a comprobarlo por ti misma? —sugirió Decepción, con ese tono de voz que le ponía los pelos de punta a Nadia.

Nadia se mordió el labio inferior por un momento, dudando. Tenía hambre y quería desayunar, pero por otro lado, no quería ver a sus padres, además de que no sabía qué iban a hacer. Pero tenía hambre, y tal vez la regañaban si no iba a desayunar.

—Ahora, vete a tu habitación. Si quieres venir más tarde a cenar, puedes, pero no me apetece hacerle la cena a alguien que suspende por no estudiar —le dijo su padre.

Nadia, con una mano cubriendo su cara más roja de lo normal y ojos llorosos, se levantó.

—Voy a mi habitación, pero porque no te quiero ver, no porque me lo hayas dicho tú.

Después de decir esto fue corriendo a su habitación, y cerró de un portazo la puerta.

—¡¿Has dado un portazo?! —gritó su madre desde el salón, con un tono enfadado.

—¡Ha sido sin querer! —mintió Nadia, aún enfadada, y se tiró a su cama, cubriéndose la cara con su almohada. Se dijo a sí misma que no volvería a mirar a sus padres, ni a respirar el mismo aire que ellos.

Su última conversación con sus padres no había sido la mejor… Y Nadia imaginaba que, teniendo en cuenta cómo eran sus padres, seguirían enfadados con ella. A saber qué le hacían si iba a desayunar. Pero tenía hambre, y tal vez la regañaban también si no iba a desayunar.

Se quedó mirando fijamente al infinito. Ir… o no ir. No sabía cuál sería la mejor opción. Pero tenía hambre, y tal vez la regañaban también si no iba a desayunar.

Sacudió la cabeza. Sus pensamientos se estaban volviendo repetitivos. No podía pensar en nada más. Suspiró. Iría a desayunar, ¿no?

—¡Nadia! —la llamó su padre desde el salón.

No tenía voz de enfadado. “Raro o…” Tal vez quería… No, Nadia esperaba que no fuera eso. Le ponía nerviosa cuando hacía eso.

—Ven a desayunar —le dijo su padre.

—Venga, ve —la incitó Decepción, con ese tono asesino capaz de destrozar a alguien con un simple susurro.

Nadia se levantó lentamente, y fue a la cocina. Cogió su desayuno —un vaso de leche y cereales— y fue al salón. Su padre estaba ahí.

—Hola —masculló, se sentó en la mesa, y empezó a desayunar.

—Nadia. —Su padre se sentó delante de ella.

Nadia sabía que su padre estaba hablando, y sabía que le debería de escuchar, pero sus palabras se desvanecían antes de llegar a sus oídos, a veces transformadas en otros significados.

—…regañar… …acabar… …harto… Escúchame cuando te hablo… …¡Nadia!… …castigar… …Ve a…

Nadia se levantó cuando terminó de desayunar, dejando a su padre ahí, con las palabras en la boca. Fue a su habitación, se aseguró de que su mochila estaba preparada y se dirigió a lavarse los dientes y a peinarse en el baño. Luego cogió su mochila y salió de su casa para irse al instituto.

No sabía qué harían sus padres cuando volviera del instituto, y no le apetecía demasiado averiguarlo.

—————

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.