La caída (1)

Imagen de: https://www.shutterstock.com/es/search/acantilado?image_type=illustration

Relato escrito por Violeta Gutiérrez González

Prólogo

Todo está tan tranquilo allí, en aquellos acantilados. El cielo azul, tapizado de tonos anaranjados, rosados, violáceos y amarillentos, se refleja en el mar, prácticamente inmóvil. Las olas que chocan con los altos acantilados son muy sutiles, y casi no hacen ruido. Alguna que otra ave sobrevuela por encima del suelo, pero casi todo está silencioso y quieto.

Sentada en el borde de uno de los escarpados acantilados hay una chica, con las piernas colgando por el precipicio, de pelo castaño, rizado, ondulado y largo, ojos marrones con algún trozo ligeramente más claro y algo alta. Tiene la mirada perdida en el horizonte, en la extensión de agua delante de ella que se extiende hacia adelante, hacia la izquierda y hacia la derecha hasta que no se puede ver más excepto el cielo y el sol que se está poniendo.

Sabe que lo que va a hacer no es la mejor decisión. Sabe que varios conocidos suyos no se lo perdonarán. Sabe que a lo mejor alguien llorará. «Lágrimas en vano» se convence. Sabe que no es lo que la gente hubiera querido que hiciera. Pero no tiene otra opción. ¿De verdad prefiere resignarse a su vida de siempre? Pues no. Por eso da igual lo que poca gente piense u opine. Da igual. La gran mayoría ya ha hablado. Bueno, no ha hablado, pero sí le ha dado la respuesta. Ya lo tiene claro. No hay vuelta atrás ya. Dentro de poco todo dará igual. Nada importará. Todo se acabará de una vez, no tendrá más preocupaciones ni problemas ridículos. Y, además, está segura de que les mejorará la vida a muchos. «A todo el mundo, en verdad. Da igual lo que digan. Lo que importa es lo que piensen. Y aunque no me digan qué es lo que piensan, está claro.»

Así que, sí, sí es la mejor decisión al fin y al cabo. No, no habrá nadie que no la quiera perdonar, más bien se lo agradecerá. Y, si alguien llora, será de emoción e ilusión, o solamente para fingir delante de la gente, pero en la soledad lo estará celebrando.

Ya está. No hay ninguna duda. ¿De qué hay que dudar? Si lo hace, nunca más tendrá que dudar, así que, ¿para qué aplazarlo? En algún momento ocurrirá, al fin y al cabo. Pero es mucho mejor adelantarlo. No puede dejar la incertidumbre de no saber cuándo ocurrirá. Tiene que hacerlo en ese momento. Y ya no tendrá más incertidumbres, ni nada. Es la oportunidad perfecta. La que más tiempo lleva esperando.

Pero, aún, siente que hay una pequeña parte de ella que aún no quiere que ocurra, que aún se aferra a esa esperanza a la que ha dado la mano desde hace años, pero que al final ha sido la propia esperanza la que la ha soltado. La esperanza ya está muy lejos, y aún una parte de ella se sigue arrastrando, pensando que a lo mejor la alcanzará y se podrá volver a agarrar. Pero son esperanzas inútiles, aquellas que te acompañan toda la vida, pero nunca son verdad y lo único que hacen es herirte.

No tiene que dejar a esa parte suya volver a agarrarse al suelo por el que una vez la esperanzá pasó. Poco a poco el viento ya ha borrado las huellas, y solo quien lo ha visto lo recordará. Ella ya ni siquiera lo recuerda, ni quiere hacerlo. No puede dejar que una cosa que no sirve para nada la detenga ahora. No sirve de nada. No lo va a permitir. Ya está todo acabado. Esa esperanza lo que hace es coger los recuerdos pasados, y pensar que también serán los futuros. Es una esperanza tonta, no le aporta nada excepto más decepción. Y ya tiene bastante de eso. Ya tiene bastante de demasiadas cosas, ninguna muy positiva.

Y aun así, con solo una conversación interna, su pequeña parte esperanzada consigue un poco más de tiempo. «Pero no demasiado ya.» Esa parte ya se va a rendier en seguida, y aunque no se rinda y alguno de esos sea su último pensamiento, todo eso es tan pequeño que no le puede impedir hacer nada.

Por fin, deja sus peleas internas. Después de hacerlo, no habrá más peleas, así que no sirven de nada ahora. Se levanta del acantilado y vuelve a mirar al mar. Un cormorán pasa volando por encima de ella, y parece lanzarle una mirada de reproche, pero ella le ignora. «Venga, no es tan difícil. Hazlo y ya está» se insiste.

Se aproxima más al borde del acantilado, con la punta de los pies sobresaliendo, y se asoma. Más de unos cuarenta metros de altura. Es perfecto. Sin dudar más, y para dejar todo atrás de una vez, se tira.

Sabe que todo acabará, por fin. Todos sus problemas, sus preocupaciones, sus inseguridades, sus pensamientos… Todo. Mientras cae, esboza una sonrisa. Por fin, todo va a acabar. Al menos para ella.

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