Desde otra perspectiva

Escrito por Ana Tobarra Peral.

Desgraciadamente en este centro, al igual que en muchos otros, tenemos un gran problema de odio. Pero alguna vez nos hemos preguntado ¿De dónde viene? ¿Por qué hay tanto odio hacía todo y todos?

Antes de buscar respuestas, o incluso de hacer preguntas, mejor vamos a empezar desde el principio. ¿Nunca has escuchado a algún compañero/a hacer este tipo de bromas?: «Pareces maricón», «Yo no soy ni chico ni chica, soy un helicóptero», «las mujeres a la cocina», «cállate negro», «anda, un transformer», «es bautista», «cuidado que va a acabar con un trauma», «estoy triste, tengo depresión», «vete a tu país», etc….

¿Y nunca antes te habías preguntado a ti mismo si en realidad esto no son bromas? ¿Y si en realidad son insultos y discriminación camuflados? Y si es así, ¿por qué los permitimos? ¿por qué nos reímos? Pues aunque parezcan simples «bromas» de mal gusto, pueden hacer daño a mucha gente. El aumento de discriminación no cesa, y a pesar de haber evolucionado como especie, seguimos pensando como personas del siglo pasado. Por alguna razón, nuestro cerebro no asimila cosas tan sencillas como que una persona no se sienta a gusto con su género o una mujer quiera ser libre.

Tal vez visto desde nuestra perspectiva, no sea un problema tan grave, pero, ¿y si lo viésemos desde otra perspectiva?

Imaginemos que somos Elena, una chica de 16 años que esta pasando por una relación abusiva. Elena lleva un año con su actual pareja, Luis, que además, es su primera relación amorosa. Elena al principio esta muy emocionada porque al fin tiene novio, pero al poco tiempo de empezar a salir, se percata de algunos comportamientos de Luis que no le gustan nada; se enfada con ella si no le presta la atención que él desea, habla mal de sus amistades simplemente porque no le parecen «buenas para ella», critica las cosas que a ella le gustan y la manipula para que las deje a un lado… Elena ignora estos comportamientos porque a ella le gusta Luis, y porque piensa que «no son importantes». En este punto Elena se ha distanciado de sus amigos/as y ha dejado de hacer las cosas que le gustaban, y al final solo tiene a Luis. Un día, están pasando la tarde juntos, cuando, sin previo aviso, Luis comienza una discusión. Ella discute con él, ya que quiere defender sus propias opiniones. Llega un punto de la discusión en la que los dos se calientan mucho, y Luis la pega. No es nada lo suficientemente grave como para que Elena tenga algún problema físico, pero si para que sea el principio de un grave dolor psicológico. Elena no lo toma como algo importante, dice que «no ha sido para tanto» y que «ha sido una vez», pero después de eso, nunca más volvió a ser una sola vez.

Ahora imaginemos que somos Alex, un chico de 14 años en un proceso de cambio de género. Alex creció en una familia muy tranquila, y bastante «normal», por así decirlo. Desde que Alex había tenido uso de razón, nunca se había sentido a gusto con sigo mismo, nunca siguió los tópicos de una niña de su edad. Le gustaba juntarse más con chicos, jugar a deportes y no a la imaginación, le encantaba ir en chándal y llevar el pelo corto. Esto a sus padres nunca les pareció bien, pero siempre pensaron que «era una época» y que «ya se le pasaría». Al paso de los años, Alex creció, y empezó a definirse como lesbiana. Aunque al fin había salido del armario según su orientación, seguía sin estar cómodo por completo. Más tarde, descubrió lo que significaba ser transexual, y desde ese momento empezó su transición. Desde el primer momento fue muy complicado, ya que el mundo parecía estar en su contra; su familia no lo aceptó en ningún momento, por lo que no tenía ningún apoyo desde casa, los chicos de su clase no lo aceptaron, ya que decían que «nunca sería un hombre de verdad», las chicas de su clase tampoco, según ellas era «un bicho raro». No tenía ningún amigo, por lo que estaba completamente solo. Pasó el tiempo, y la gente poco a poco se enteró de la situación de Alex. Al principio pensaba que eso era algo bueno, ya que eso significaría que podría tener amigos, pero fue todo lo contrario. El instituto de Alex era uno lleno de odio, por lo que lo único que recibió Alex fue eso; odio. Alex acabó entrando en una terrible depresión que le hizo distanciarse de todo y de todos, y acabo igual que empezó, perdido y solo.

De nuevo, cambiamos de perspectiva para convertirnos en Anisa, una niña de 8 años que acaba de migrar a España. Anisa ha vivido toda su vida rodeada de odio; las guerras consumían su país, y la muerte poblaba el lugar. Sus padres, por miedo, y deseando que su hija no tuviese que vivir con pies de plomo, emigraron a España en cuanto pudieron. Los padres de Anisa no tenían pasaporte, ni dinero para pagarlo, además de que el gobierno de su país no les permitía irse, porque eso no les beneficiaba económicamente, por lo que tuvieron que recorrer, junto con cientos de personas que pasaban una situación parecida a la suya, un largo y peligroso camino. Después de días andando, sin comida, ni agua, ni ninguna garantía de poder sobrevivir, consiguieron llegar a la costa, y allí se subieron a una patera que les trajo a España. Este segundo camino marítimo tampoco fue fácil. Seguían sin tener comida, ni agua potable, además de que en la patera había demasiada gente, y en cualquier momento podía hundirse. Al fin, llegaron a España, a punto del desmaye y sin saber si llegarían con vida más allá de la playa. En seguida fueron atendidos por médicos y voluntarios y fueron enviados al hospital más cercano. Pocas semanas después Anisa empezó el colegio, con la esperanza de dejar todo ese odio atrás, en el pasado. Pero cuando llegó lo que encontró fue eso mismo, odio. Sus compañeros se reían de ella, la molestaban, insultaban, y le decían que había venido a este país a «gorronear» y «aprovecharse de los españoles que si que trabajan». Al volver a casa todos los días, después de todas estas burlas, Anisa veía a sus padres agotados y al punto del colapso, ya que cada uno tenía dos trabajos, en los que además, les explotaban, aprovechando que no tenían papeles. Anisa se preguntaba que español que «si trabaja», tal y como decían sus compañeros, haría todo eso que sus padres hacían, a lo que sus padres respondían; «Nosotros hacemos aquello que la gente con derechos humanos no se atreve a hacer». Anisa aprendió que fuese a donde fuese habría odio, tanto en su país en guerra, como en su clase de primaria.

Nuestra siguiente perspectiva será Jaime, un chico de 12 años con un diagnostico del espectro autista (TEA). Jaime fue diagnosticado a sus 11 años, ya que siempre había tenido comportamientos distintos al resto de sus compañeros. A Jaime nunca se le han dado bien las habilidades sociales, por lo que se pasaba la mayoría del tiempo solo. En casa, su madre se dio cuenta de muchas actitudes que tenía Jaime, como por ejemplo, le tenía mucho respeto a las normas y a la forma en la que había que hacer las cosas, y si no se hacía de esta manera al pie de la letra, Jaime tenía una rabieta. Al entrar al instituto, sus compañeros se reían de él por su forma de actuar, su forma de pensar, su forma de ser. Jaime lo pasaba muy mal, ya que ni él mismo entendía por qué no era como lo demás, por qué era diferente, por qué era «raro». Al final, Jaime, comprendió que la única forma de encajar en mundo de odio, es odiando, así que comenzó a distanciarse de todos, y cualquiera que se acercara aunque solo fuera por hacerse su amigo/a, él reaccionaba igual que los demás cuando él se acercaba, con odio y desprecio. Al final, acabó solo y odiando.

Por último tenemos a Enea, una chica de 18 años que hace poco tuvo uno de los eventos más traumáticos de su vida. Enea siempre ha tenido una vida de lo más «normal»; padres buenos, que la apoyaban, una situación económica ni muy mala ni muy buena, amigos que la querían y con los que se divertía, etc. Un día, quiso ir a dar una vuelta con sus amigas, a ella le hacía mucha ilusión, por lo que quedaron y pasaron la tarde juntas. Estaban sentadas en un banco de la calle, y se percataron de un chico, que tendría su edad o algún año más, que estaba sentado en el banco de enfrente, mirándolas, observándolas, acechándolas… Pensaron que simplemente era un random, y que lo único que debían hacer era ignorarle. Pasaron las horas y la tarde se les había hecho muy corta; al ser viernes, pensaron que podrían ir a una discoteca con algunos de sus amigos. La noche calló, y como ninguna tenía coche fueron dando un paseo. Ya en la discoteca se juntaron todos y pasaron la noche bailando y bebiendo. Al salir de la discoteca para volver a casa, Enea se percató de que el mismo chico de antes estaba sentado con sus amigos en la acera de enfrente, aunque lo pasó por alto, ya que pensó que solo era una casualidad. Se despidió de sus amigos y se fue a casa. Sola. Por el camino vio que el mismo grupo de antes la estaba siguiendo, por lo que se asustó, apresuró el paso, agarró las llaves de su casa y las distribuyó entre sus dedos para poder usarlas en caso de que se le acercaran. Giró cuatro veces a las derecha para asegurarse de que la estaban siguiendo, y cuando vio que efectivamente era lo que estaba pasando, agarró su teléfono y marcó el número de su madre; pero antes de que le pudiera dar a «llamar», uno de ellos la agarró del brazo, la quitó el teléfono y le tapo la boca con su mano libre. El resto de su grupo se apresuró en acercarse a ellos y entre todos la llevaron a un callejón. Puede que Enea saliera viva, pero nunca podrá olvidar lo que pasó aquella noche en ese callejón. Después de eso, denunció, y aunque había muchas pruebas en el cuerpo de Enea, nadie la creyó. La gente poco a poco se enteró del caso de Enea, pero en vez de apoyarla o escucharla, lo único que Enea recibió fueron burlas, culpas y reproches. Unos decían que «solo lo decía para llamar la atención», otros que «eso le pasaba por ir provocando», otros preguntaron «que hacía sola de noche» y otros que «si no hubiese salido no le habría pasado». Lo único que Enea no escuchó fue algo que hablase de sus violadores. Todo iba enfocado a como iba ella, o lo que hizo ella, pero nadie pensó en que ellos la violaron. Enea aprendió que el odio estaba en todas partes, tanto en ese callejón como en cualquier otro.

Y bien, después de leer esto, ¿de verdad crees que solo son «bromas»?

Todas las historias que aparecen aquí escritas son inventadas, pero por desgracia son casos que pasan día a día en nuestro país, y en todo el mundo. Desde aquí, os pido que seáis conscientes de las «bromas» que hacéis, por que detrás de cada comentario hay una Elena, un Alex, una Anisa, un Jaime, o una Enea. Ahora dime, ¿de verdad quieres seguir formando parte de este odio?

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